lunes, 9 de julio de 2012

Ser mamá o: cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar mi maternidad


Pienso en lo que leí en el libro del pediatra Carlos González, "Bésame Mucho", sobre que somos una especia animal que se basa en "modas" a la hora de criar a nuestros hijos y me impresiona lo cierto que es.

¿Por qué el ser humano actuará de esa forma? ¿Por qué somos una especie tan influenciable? Y sobretodo ¿por qué solemos escuchar los peores consejos para ponerlos en práctica? ¿dónde quedó Pepito Grillo para jalarnos las orejas y decirnos "no, esto está mal, esto no se hace"?

He estado compartiendo en mi página en facebook datos curiosos e información sobre la lactancia materna y embarazo. Mientras investigaba más acerca del tema, me topé con cosas muy interesantes: una de ellas fue el libro sobre lactancia materna escrito por el comité de Lactancia Materna de la Asociación Española de Pediatría. 

Voy leyendo que a principios del siglo XX se cambia la forma de alimentación de los niños y se les introduce leche de otra especie, los resultados, por supuesto, fueron desastrosos: muertes por infecciones y desnutrición, aumento de enfermedades infecciosas e inmunitarias, aumento de consultas médicas y hospitalizaciones. Lo más chistoso es que a pesar de estas consecuencias, más de una generación dejó de amamantar a sus hijos y con ello se rompe esa transmisión de conocimientos de madres a hijas. Ese "arte de amamantar (...) esa cultura del amamantamiento, de la crianza natural y posiblemente, el vínculo afectivo natural entre madres e hijos", como mencionan en el libro, es dejado en el olvido. Concluyo en que fui una bebé afortunada que tuvo la oportunidad de tener una mamá que quiso amamantar. 

Nunca me pregunté si amamantaría o no, nunca hubo espacio en mi mente para dudarlo, la respuesta siempre fue un sí contundente y absoluto. Además, a partir de mi sexto mes de embarazo ya debía utilizar protectores de lactancia para no manchar mi ropa interior con leche, así que hubiera sido algo demasiado egoísta de mi parte negarle a mi bebé ese derecho.

Mi bebé nació por cesárea pues venía sentado y aunque estoy segura que intentó ponerse en posición, ya el espacio era muy poco para su tamaño (mi pareja mide 1.90 y yo 1.55, y nuestro bebé le heredó desde el pelo hasta la punta de los pies jajaja). El hecho de saber que sería cesárea me provocó mucha frustración pues yo tenía la ilusión de poder tener mi parto en agua, esa fue una de las razones por las que me inscribí a mi curso psicoprofiláctico, tenían clases de preparación para parto en agua. Mi doula me aconsejó hablar con los doctores y pedirles que los medicamentos que usaran fueran compatibles con la lactancia. Entre mis nervios y con el retraso del anestesiólogo no pude hablar con él. A decir verdad, nunca le vi la cara, sólo escuché al pediatra que recibiría a mi bebé decir "ya llegó el maestro de los sueños" y el "buenos días, vamos a empezar" del doctor. Así que ese primer día no pude darle pecho a mi bebé, tendría que esperar hasta el día siguiente, fingí alegría cuando me llevaron el biberón con fórmula para dárselo, fingí alegría mientras se lo daba. Para la noche pedí el alojamiento conjunto pero tanto mi pediatra como las enfermeras me dijeron que lo mejor que podía hacer era aprovechar dormir y que ya tendría toda la vida para estar con el bebé...  pero por dentro estaba sufriendo con todas las dudas que se me venían a la cabeza: ¿y si no me bajaba nada de leche? ¿y si el bebé lo rechazaba? Por otro lado, no creo que hubiera podido hacer mucho teniéndolo en el cuarto, no me podía mover y me dolía todo.

Voy a omitir la tortura que fue el ponerme en pie por primera vez y el hecho de casi desmayarme en el baño cuando me iba a bañar y diré que al rededor de las nueve de la mañana me llevaron a mi bebé, dormidito en el moisés. Me dijeron que se había portado de maravilla, que había dormido muy bien y que apenas se despertara me lo pegara al pecho. Me la pasé largo rato contemplándolo, era el ser más hermoso que había visto en toda mi vida. Empezó a moverse, hizo una muequita y de su boquita hermosa salió el llanto más lindo que he escuchado en toda mi vida, no era el clásico llanto del bebé que te ponen en las películas, era agudo y silencioso, causaba ternura... seguramente si llegaba a dormirme profundamente no lo escucharía, tendría que estar muy pendiente de escucharlo. Por el catéter que aún tenía conectado, no podía sacarlo del moisés así que mi gordo me ayudó, ya una vez en mis brazos me lo pegué al pecho y se dio nuestro primer encuentro ¡fue como si hubiera sabido hacerlo de toda la vida! no fue difícil, no dolió, se quedó ahí largo rato y se quedó dormido. La bata del hospital se me manchó, estaba empapada, era buena señal. Poco después llegaron más visitas, las abuelas empezaron los consejos: "no dejes que se te duerma, que termine de comer primero, son mañosos", "ya estuvo pegado mucho tiempo, no se trata de que seas chupón", "¿está comiendo algo?", me lo despegué del pecho, se lo dí a una de ellas, querían cargarlo... comenzó a llorar y empecé a preguntarme qué le pasaría,  llamé a la enfermera y su respuesta fue que no creía que se hubiera llenado, me trajeron otra vez un biberón con fórmula y mi cerebro volvió a estresarse -fórmula ¿por qué no se llena?-, intenté agarrar el biberón de cristal y se me resbaló de la mano y se rompió, me trajeron otro. Para la noche no quería que se lo llevaran, quería estar con él y una vez más trataban de animarme "mañana te dan de alta, ya lo tendrás todo el tiempo, aprovecha dormir ahora que puedes", yo sólo sonreía.

Después de dos días finalmente me darían de alta. Ya caminaba mejor y temprano me llevaron a mi bebé al cuarto, desayuné con más ganas ese día, estaba feliz de poder irnos a casa. Fueron las enfermeras a quitarme el bendito catéter que ya no soportaba, me llenaron de cajitas de medicinas que debía seguir tomando por unos días más -qué cosa más molesta, nunca me han gustado las medicinas-. Cerca del medio día pasó a visitarme mi doula, estaba yo llena de dudas sobre la lactancia que no pude evitar preguntarle cómo saber si estaba haciéndolo bien, si estaba lleno, cuánto tiempo pegármelo, no quería darle fórmula para nada, tenía junto a mi al bebé hecho un taquito con su sabanita y comenzó a hacer muequitas con la boca: ya tenía hambre. Me lo pegué y otra vez se me empapó toda la ropa, nunca voy a olvidar que mi doula me dijo "¡no soy experta en lactancia pero esto es una maravilla! Para nada necesitará formula tu bebé", eso era lo único que necesitaba mi cerebro, entrar al modo positivo y recuperar la confianza, lo estaba haciendo bien.


Bailando al ritmo del Baby Blues


No me puedo quejar, durante mi embarazo me fue divino. Nunca tuve los clásicos malestares, no hubieron mareos, vómitos ni nada parecido. Disfruté mis 39 semanas de principio a fin. Leía, me informaba e iba a mi curso de preparación para el parto, recuerdo que se tocó el tema de la depresión postparto, los síntomas, cómo detectarlo, cuándo empezaba a aparecer y yo estaba segura de no tener que preocuparme por eso y que no tendría que pasar por una depresión. Lo que no sabía es que existía algo llamado "Baby Blues" y que lo experimentaría bastante bien.

El día que llegamos el hospital, fue emocionante. Sin embargo, mi gordito tenía que ir a resolver unos pendientes del trabajo y me quedé sola con el bebé. Estaba feliz, el bebé estaba dormido y decidí ponerme al día con una de mis series favoritas. Iba en los primeros 10 minutos cuando el bebé comenzó a llorar, aunque la cuna estaba en el cuarto, levantarme para checarlo era do-lo-ro-so y en este punto aún no estaba empapada de los beneficios del colecho, simplemente estábamos yo y mi idea de que los bebés deben dormir en sus cunas, sin llorar pero ahí. 

Le di de comer y estaba inquieto, yo no me lograba acomodar, él no se dormía -¿cómo le hacían las enfermeras que siempre lo llevaban dormido?- se durmió, lo acosté y a los 10min volvió a despertar -¿no que comían y dormían dos horas?- comió, durmió, lloró, le chequé el pañal como tres veces... nada. Repetía el mismo proceso, el capítulo de mi serie avanzaba y ni le prestaba atención, mi mamá no había llegado y yo me comencé a estresar. 

Cuando por fin escuché el coche de mi mamá, le abrí la puerta, entró al cuarto y vio al nené que estaba dormido. Me acuerdo que dijo "¡Ay,hijita, qué lindo bebé tienes!" y ya no aguanté. Fue como si hubiera abierto la llave del agua, la abracé y comencé a llorar. ¡Estaba aterrada! ¿Qué significaba ser mamá? Esa clase de responsabilidad debería preguntarse y firmarse -"¿acepta usted comprometerse para cuidar y proteger a este ser indefenso el resto de su vida? Sí acepto- Aquí ya no había desayuno, comida y cena lista a determinada hora, no habían enfermeras que te ayuden,  ahora estaba yo y el bebé. El abrazo fuerte de mi mamá me reconfortó, me miró a los ojos como si supiera perfectamente lo que estaba sintiendo en ese momento, vi que los suyos también tenían lágrimas y nos volvimos a abrazar. Así estuvimos un buen rato. Me dijo que esta era el momento de conocer a mi bebé y conectarme con el -sabiduría pura- que estresarme sólo lo estresaría a él y que me relajara, aunque era más fácil decirlo que sentir a mi estado "zen" venir a mi.

Cerca de las 9pm llegó una amiga a visitar, ¡logró que se durmiera el bebé!. Ayudó a mi mamá a acomodar las compras que mi suegra había hecho para nosotros. Nunca podré agradecer suficiente a mi familia y mi familia política toda su ayuda, tenerlos conmigo ha sido una verdadera bendición.

Intenté dormir un poco pero no podía, intenté mantenerme en reposo pero tampoco podía, mi cuerpo estaba agotado pero mi mente no se estaba quieta. Llegó mi esposo, se fue mi amiga y otra vez comencé a llorar -¡¿qué me pasaba?!-. Esa noche no dormimos y estoy segura que siempre la recordaremos jejeje.

Cerca de los dos meses después, encontré un artículo que hablaba sobre la depresión postparto, no lo había visto antes porque todo mi primer mes me la había pasado leyendo sobre sueño infantil y lactancia materna pero el título me llamó la atención: Baby blues o leve depresión postparto, por fin tenía un nombre.

Mi Baby Blues duró cinco días, al finalizar la primera semana me sentía mucho más segura, ya no me asustaba la idea de no entender a mi bebé, sabía que lo haría y que este sólo era el inicio de muchas cosas más que tendrían lugar en esta etapa de dos años -y no de cuarenta días como algunos intentan hacernos creer- llamada puerperio.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario